Fe de Erratas

Uno se sienta frente a la computadora (es decir, asume su nuevo papel) luego de un largo día, sin scotch, sin cigarro, ni gatos —ya que uno no es, ni por asomo, el viejo Hemingway—, a lo sumo con un cigarrillo de tabaco rubio y una cervecita, y examina los escritos anteriores. Todos hechos con la prisa del bloguero, un fenómeno que recien uno empieza a descubrir.

Llegado ese momento, es posible que uno haya examinado los otros blogs del vecindario, y quizás ya transitó rápidamente por twittter o Facebook; tal vez ya ha examinado las noticias en el New York Times, CNN, o qué remedio, en algún periódico local.

Uno revisa los textos de las entradas anteriores, quizás recordando ese momento cuántico, en el que desde la esquina de una nube, uno no siente el tiempo pasar, sólo percibe el tráfico descontrolado de los pensamientos, de las ideas, y escribe, escribe con fruición.

Ahí están, y un cierto narcisismo le lleva a uno a remirarlos y admirarlos. Hasta que encuentra una "h" que se quedó, un acento mal puesto, un patético uso de la "sc" cuando debía usar sólo la "s"... Uno se dice, coño, que un joven no lo es más si se le pone acento, o se pregunta en qué estaba pensando cuando "escencia" fue escrita como "consciente", y sin consciencia. Uno descubre las palabras que inventa o las que trae de otro idioma, y se siente analfabeto.

Uno descubre todo eso, y gracias a todos los dioses, el internet permite la corrección aún después de haber publicado. Uno descubre la fe de erratas, la hace para sí mismo, y corrige los posts publicados. Uno descubre que ya es adicto a este instrumento tecnológico de los desahogos y las denuncias.

Uno descubre. Descubre además que la vida... Bueno, la vida no es un blog.

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