El Nacionalismo el Día Después de la Crisis Global
(Fotografía: El Vocero) |
El diario El Vocero publicó en la sección de negocios una interesante columna del economista José J. Villamil sobre lo que puede deparar el futuro a la economía global tras superar la crisis presente. (José J. Villamil, "Después de la Crisis", El Vocero, 25 de mayo de 2009, página 38). En este artículo comparto algunas ideas respecto al efecto del proceso económico descrito por Villamil en el nacionalismo y, de paso, en la cultura política en general.
Villamil expone la tesis de que, habida cuenta de que la crisis económica ha sido producto, al menos en buena medida, de que el sector financiero creció a una velocidad mayor que la capacidad del estado para regularlo, debe esperarse una tendencia mayor al proteccionismo y a la regulación.
Esa tendencia, que podría manifestarse a un nivel regional o estrictamente nacional, retrotraería la globalización, señala Villamil, a sus niveles previos a los años 90. Cómo se produzca el proceso de proteccionismo, afectará a los países en desarrollo, o atrasados económicamente. Análisis similares al expuesto por Villamil han sido publicados en la revista especializada The Economist, entre otros.
Un análisis simplista de las ideas expresadas por Villamil, podría llevar a algunos a la conclusión de que con ello se detendrá el proceso de globalización en los planos de la cultura en general y de la cultura política en particular. Es decir, el reavivamiento por todas las esquinas de los nacionalismos, aún en sus manifestaciones más tribales, inspirado —y hasta urgido— por las nuevas políticas económicas. No faltará quien vea en ello una reivindicación divina y revolucionaria frente al "gran capital".
Me temo, sin embargo, para desdicha de los nacionalistas tardíos, que los días del estado nacional tradicional, y de la hegemonía del nacionalismo como criterio definidor o vinculante entre los seres humanos, son capítulos de una historia que va llegando a su final.
Digamos, al menos, que está por medio este mecanismo a través del cuál me comunico con una persona en Virginia, el Distrito Federal en Méjico, o en una suburbia de la ciudad de Bayamón en Puerto Rico. El Internet y la informática, ya se ha dicho, cambiaron las reglas de juego de la intercomunicación, vista en su sentido más amplio.
Esos cambios se han visto reflejados (excúsenme, pero no tengo otra alternativa que repetirlo para aquellos de mis amigos que nunca dejarán de leer el periódico en papel y en el toilette), en las formas y maneras del debate intelectual, en la propaganda y movilización política, en el diseño de las campañas electorales, en el montaje de las exhibiciones por los artistas, en las maneras de hacer negocios, y en las de sostener relaciones sexuales también, entre otras muchas actividades humanas.
Aunque uno se amarre al asta de la bandera del imperio o se encadene a un edificio del gobierno para detenerla, la algorítmica dinámica de la red es imparable... Extensa e imparable, mientras va dejando una huella: ese sentido de comunidad mayor, mucho más amplia que mi etnia o mi orígen nacional, en sus usuarios incontables.
Ese sentido de comunidad mayor lleva imbricado un conjunto de fenómenos socio-culturales y políticos. El elemento común o los factores comunes que me identifican con el Otro, poco a poco dejan de ser raza, lugar de nacimiento, color de piel, o idioma heredado de mis ancestros. Ese espacio común es un vecindario de discursos breves, y no tan breves, así como de imágenes, coincidencias —más no identidades— generacionales y culturales, matizados tal vez por referentes históricos comunes que, sin embargo, no están definidos por una experiencia exclusivamente local o, si se quiere, nacional.
Las ideas y posturas de cada cuál se debaten sin que la sangre llegue al río, al menos no a través de los cables submarinos y los satélites que fijan la única distancia entre el joven asiático y el caribeño. Los problemas políticos en los diferentes lugares van adquiriendo, como en el caso del calentamiento global, un cariz de problema común, de fenómeno que nos afecta a todos a pesar de su distancia.
La elección del primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos, los berrinches de un dictador asiático o latinoamericano, la mujer apedreada en Pakistán, la tortura a los prisioneros de guerra, no son sólo noticias, sino eventos concretos respecto a los cuáles unos y otros nos conectamos, comentamos, analizamos y hasta nos movilizamos.
En ese contexto, es dificil, sino imposible anticipar el regreso de una cultura recentrada en la nacionalidad como criterio de inclusión, y a su vez de exclusión, del Prójimo. Tal vez se deba a que comenzamos a comprender que los derechos humanos, la democracia, la participación, la igualdad ante la ley, no son meros slogans. Tal vez porque al fin estos valores se entienden como fundamentales para la humanidad y que, así como ocurre con la capa de ozono, cuando se les viola a un sólo individuo, se nos niega a todos.
Además de lo dicho hasta aquí, no debe ser pasado por alto lo que significa para el mundo la elección de un negro, hijo de inmigrante y de una oriunda norteamericana, a la Presidencia de los Estados Unidos. Ese evento plantea una nueva vertiente en la discusión del rol de las nacionalidades en las antiguas metrópolis coloniales, particularmente en Europa.
Es decir, si bien en el campo económico se discute un retorno del proteccionismo, hacia el interior de las sociedades y los estados nacionales, adquiere relevancia el rechazo al odio racial o por origen nacional. La Democracia adquiere nuevos significados y retos que no están definidos a base del sentimiento nacionalista, sino por la aceptación y defensa de principios democráticos esenciales.
Al decir todo esto no dejo de reconocer que los nacionalismos y los tribalismos étnicos aún tienen un peso significativo en los modos de ver la realidad de una gran parte de la humanidad. Sin embargo, hay procesos en el desarrollo humano que se siguen abriendo paso, a pesar de las fuerzas que se oponen a sus avances. La superación del nacionalismo, aún con todo lo que falta, es uno de ellos.
Esa tendencia, que podría manifestarse a un nivel regional o estrictamente nacional, retrotraería la globalización, señala Villamil, a sus niveles previos a los años 90. Cómo se produzca el proceso de proteccionismo, afectará a los países en desarrollo, o atrasados económicamente. Análisis similares al expuesto por Villamil han sido publicados en la revista especializada The Economist, entre otros.
Un análisis simplista de las ideas expresadas por Villamil, podría llevar a algunos a la conclusión de que con ello se detendrá el proceso de globalización en los planos de la cultura en general y de la cultura política en particular. Es decir, el reavivamiento por todas las esquinas de los nacionalismos, aún en sus manifestaciones más tribales, inspirado —y hasta urgido— por las nuevas políticas económicas. No faltará quien vea en ello una reivindicación divina y revolucionaria frente al "gran capital".
Me temo, sin embargo, para desdicha de los nacionalistas tardíos, que los días del estado nacional tradicional, y de la hegemonía del nacionalismo como criterio definidor o vinculante entre los seres humanos, son capítulos de una historia que va llegando a su final.
Digamos, al menos, que está por medio este mecanismo a través del cuál me comunico con una persona en Virginia, el Distrito Federal en Méjico, o en una suburbia de la ciudad de Bayamón en Puerto Rico. El Internet y la informática, ya se ha dicho, cambiaron las reglas de juego de la intercomunicación, vista en su sentido más amplio.
Esos cambios se han visto reflejados (excúsenme, pero no tengo otra alternativa que repetirlo para aquellos de mis amigos que nunca dejarán de leer el periódico en papel y en el toilette), en las formas y maneras del debate intelectual, en la propaganda y movilización política, en el diseño de las campañas electorales, en el montaje de las exhibiciones por los artistas, en las maneras de hacer negocios, y en las de sostener relaciones sexuales también, entre otras muchas actividades humanas.
Aunque uno se amarre al asta de la bandera del imperio o se encadene a un edificio del gobierno para detenerla, la algorítmica dinámica de la red es imparable... Extensa e imparable, mientras va dejando una huella: ese sentido de comunidad mayor, mucho más amplia que mi etnia o mi orígen nacional, en sus usuarios incontables.
Ese sentido de comunidad mayor lleva imbricado un conjunto de fenómenos socio-culturales y políticos. El elemento común o los factores comunes que me identifican con el Otro, poco a poco dejan de ser raza, lugar de nacimiento, color de piel, o idioma heredado de mis ancestros. Ese espacio común es un vecindario de discursos breves, y no tan breves, así como de imágenes, coincidencias —más no identidades— generacionales y culturales, matizados tal vez por referentes históricos comunes que, sin embargo, no están definidos por una experiencia exclusivamente local o, si se quiere, nacional.
Las ideas y posturas de cada cuál se debaten sin que la sangre llegue al río, al menos no a través de los cables submarinos y los satélites que fijan la única distancia entre el joven asiático y el caribeño. Los problemas políticos en los diferentes lugares van adquiriendo, como en el caso del calentamiento global, un cariz de problema común, de fenómeno que nos afecta a todos a pesar de su distancia.
La elección del primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos, los berrinches de un dictador asiático o latinoamericano, la mujer apedreada en Pakistán, la tortura a los prisioneros de guerra, no son sólo noticias, sino eventos concretos respecto a los cuáles unos y otros nos conectamos, comentamos, analizamos y hasta nos movilizamos.
En ese contexto, es dificil, sino imposible anticipar el regreso de una cultura recentrada en la nacionalidad como criterio de inclusión, y a su vez de exclusión, del Prójimo. Tal vez se deba a que comenzamos a comprender que los derechos humanos, la democracia, la participación, la igualdad ante la ley, no son meros slogans. Tal vez porque al fin estos valores se entienden como fundamentales para la humanidad y que, así como ocurre con la capa de ozono, cuando se les viola a un sólo individuo, se nos niega a todos.
Además de lo dicho hasta aquí, no debe ser pasado por alto lo que significa para el mundo la elección de un negro, hijo de inmigrante y de una oriunda norteamericana, a la Presidencia de los Estados Unidos. Ese evento plantea una nueva vertiente en la discusión del rol de las nacionalidades en las antiguas metrópolis coloniales, particularmente en Europa.
Es decir, si bien en el campo económico se discute un retorno del proteccionismo, hacia el interior de las sociedades y los estados nacionales, adquiere relevancia el rechazo al odio racial o por origen nacional. La Democracia adquiere nuevos significados y retos que no están definidos a base del sentimiento nacionalista, sino por la aceptación y defensa de principios democráticos esenciales.
Al decir todo esto no dejo de reconocer que los nacionalismos y los tribalismos étnicos aún tienen un peso significativo en los modos de ver la realidad de una gran parte de la humanidad. Sin embargo, hay procesos en el desarrollo humano que se siguen abriendo paso, a pesar de las fuerzas que se oponen a sus avances. La superación del nacionalismo, aún con todo lo que falta, es uno de ellos.
Comentarios
Que Cambio el día después de la internet?
El día después de la Internet el horizonte se vio lleno de posibilidades expresivas
El día después de la Internet El Cristianismo se divulgo en 98% de las naciones del mundo
El día después de la Internet el dolor y las celebraciones no eran exclusivos de unos pocos
El día después de la Internet mis gríngolas culturales ya llevaban tiempo removidas
El día después de la Internet yo deje de ser insularcito y celular
El día después de la Internet ya tenía enlaces activos, informáticos, dinámicos e inmediatos con el resto del universo