En dos minutos… en dos siglos

Eric N Alvarez © 2024.07.01

 

Era una mañana de un agosto invernal. Luego de saludos, besos, afectos, y puestas al día, como otras tantas veces, ella tiró las cartas sobre una mesa de vidrio, las recogió y reagrupó, y comenzó a sacar una a una. 


Observó fijamente las primeras tres cartas que sacó del mazo y me dijo que en dos minutos, en dos semanas, en dos meses, en dos años, o tal vez en dos siglos vendrían cambios en mi vida; que yo me armaría de olvidos para que murieran, sedientos de memoria, los recuerdos de las obsesiones mortificantes que me habían causado angustias a mí y a las personas que me eran más cercanas. Me dijo un poco en broma que esa era su profecía del olvido.


Aunque ella prefiere que no diga su nombre, puedo decir que siempre la he llamado “mi bruja clarividente”. Es una venezolana que, desde muy joven, comenzó a viajar el mundo, y en el presente sabe como los doctores, y como los jurisconsultos también sabe, bendice y denuncia a sacerdotes, y ayuda a las más jóvenes para que aprendan las reglas de los negocios que bien conoce. Ya la conocerás algún día.


Ella me advirtió que yo debía abrir mi conciencia para que la profecía del olvido se manifestara. Que la apertura de mi conciencia y las fuerzas del universo debían coincidir en un par de minutos, o de semanas, o de meses, o de años, y que no pensara que dos siglos eran un tiempo lejano, porque el tiempo, "tú bien lo sabes", me dijo, avanza con la velocidad de la luz del vértigo, esa que hace que el futuro sea hoy y pasado a un mismo tiempo. 


Si no cumplía mi deber, me dijo, yo no le daría paso a  ese otro “yo” que esperaba su momento desde su otro universo, para reivindicar mi nombre y mi persona. “Eso va a provocar”, continuó diciéndome mientras apuntaba su mano hacia mí, moviéndola lentamente como si con su movimiento me lanzara cada palabra,  “que te hagas de una manera tan insignificante que no podemos imaginar hoy, quizá serás ceniza y lava de los volcanes, o sedimentos en playas de pantanos interminables, tal vez algún pequeño animal sin concha e irrelevante hurgando a la orilla de densos mares color plomo, tan solo una forma de vida que nadie podrá reconocer”


Mirando a mis ojos con los suyos, que reprendían y al mismo tiempo consolaban, abrió una rendija de aliento: “si Dios quiere, en estos días que conocemos, en este presente que mañana dejará de ser, tal vez te sea permitido transfigurarte en un ánima ambulando entre silencios, imperceptible entre los vivos”. Que, sin embargo, me sería permitido protegerte a ti, y a la gente que bien había querido, a pesar de mis obsesiones, desviando los destinos indeseados. Y que a ti, me insistió, si la oportunidad me era concedida, te protegería hasta que tuvieras felicidad íntima y paz”. No sé qué quiso decir del todo, pero ya veremos… Si es que estoy aquí.


¿Sabes? Te confieso que si Dios dispusiera mi conversión en un ánima protectora, no podría objetar su mandato, por quedar en mi memoria el golpe agudo de tu mirada, el calado de tus huesos en mis huesos, y la imagen imborrable de tu cuerpo; no importa si el reto, ante mi incapacidad evidente de cumplir con la profecía del olvido, se presenta en dos minutos, en dos semanas, en dos meses, en dos años, o en dos siglos.




Eric N Alvarez © 2024.07.06

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