La violencia detrás del delito

Tomado de: Reframing the narrative on gun violence and mental illness

(Rev. 2020-01-02, 23:05)

Me refiero a la masacre acaecida el 1 de enero de 2020, en el Barrio Carraízo de Trujillo Alto, Puerto Rico y, de paso, invito a la consideración de los artículos sobre estos hechos del periodista Benjamin Torres Gotay, y de la escritora Mayra Montero, publicados el 1 y 2 de enero de 2020, respectivamente, en el periódico El Nuevo Día. 

No me referiré a los detalles del crimen porque son conocidos para la mayoría de los lectores, habida cuenta de la difusión en los medios de prensa

Comparto con Torres Gotay y Montero la misma preocupación sobre este crimen. El asesinato de los miembros de una familia completa, incluyendo sus niños pequeños, es un precedente que no debe ser subestimado, por ser, entre otras cosas, un signo sumamente serio de decadencia humana.

Por otro lado, no acepto la invitación al morbo que plantean estos hechos a quienes pretendamos analizarlos.  Recojo, por el contrario, la invitación a considerar la criminalidad, y sus manifestaciones más violentas y crueles, desde la perspectiva de que éstas tienen origen, entre otros, en los factores que expongo a continuación. 
  • la laxitud en el manejo de la información sobre los mecanismos para combatir la actividad criminal; 
  • la deificación —a los efectos concretos del manejo del tema por los medios sociales— de la sociedad puertorriqueña y su cultura, y la negativa a identificar y criticar sus rasgos importantes de extrema violencia;
  • la exposición de los niños desde muy cortas edades al uso de la violencia, y la eliminación física de oponentes, como juego de distracción, el cuál puede asumirse en un futuro como referente subconsciente para la solución de diferencias, conflictos, y situaciones de tensión; 
  • la glorificación de la cultura lumpen volcada en el negocio de la música popular;
  • el abuso de los medios informativos al hiperbolizar historias infundadas y, de paso, exacerbar opiniones extremas e irracionales, y las diferencias viscerales entre los centros de radiación ideológica y política-partidista, sin considerar el efecto sobre la sociedad en su conjunto;
  • los discursos, los gestos y los actos en general de miembros de la clase política, dirigidos a imponer sus posiciones al resto de los segmentos políticos, armados de la violencia bully-autoritaria, que conforma un conjunto de actitudes y manifestaciones que, al trasladarse a otros planos, lleva consigo un efecto de validación de la violencia y la actividad criminal en la isla, a lo que se une la corrupción que modela como aceptable una evidente conducta ilegal;
  • la compleja estructura del narcotráfico, de tentáculos que intuimos extensos, diversos y con la capacidad de influenciar diversos procesos en la isla, incluyendo en el plano político.
Ante este cuadro no existe “la solución” como parece reclamar Torres Gotay en su artículo. Efectivamente, la problemática es tan compleja que la respuesta de “retomar la calle” por las fuerzas policíacas no basta. Se requiere mucho más. 

El problema consiste en definir qué es ese “mucho más”. Ello requiere, entre otras cosas, admitir la necesidad de contar con el mecanismo de detención preventiva, como en tantísimos otros lugares, mediante la limitación del derecho a la fianza. [Distorsiones y falsedades en el debate de la fianza, Quantum de la cuneta]

Sin embargo, ello no basta. La pérdida de la civilidad, y la violencia como elemento activamente presente en la cultura puertorriqueña, así como conducta y discurso en las relaciones sociales (el conocido “bullying”, la hostilidad, y las agresiones contra la integridad física y moral de “el Otro” en todo tipo de relaciones, particularmente aquellas de parejas) constituyen la base de la espiral ascendente de crímenes cada vez más horrendos.  [Violencia de género y la civilidad moribundaGloria al lumpen: Puerto Rico demuestra su civilidad]

El problema al que nos enfrentamos es serio. Es endémico y, a su vez, tiene un origen complejo. Es transversal en términos de los segmentos de la sociedad en los que se manifiesta. No responde en su esencia a la ideación romántica de la visión del que “roba para comer”, ni a las llamadas defensas del “estado de necesidad” reconocidas en el Derecho penal. El peso del contrabando de narcóticos, como ya he indicado, es fundamental.

Sin embargo, a pesar de lo expuesto anteriormente, nos podrían sorprender los factores que llevan a sus actores a la crueldad más sanguinaria. 

En muchas ocasiones, actos horrendos que parecen pasar al olvido, como incendiar a una víctima de secuestro, o desmembrar a un joven por ser homosexual, y tantos otros, no están relacionados de modo alguno con guerras de carteles boricuas de narcotráfico, sin subestimar, que se tenga claro, la posibilidad de este factor en determinados casos.

Llamo la atención al factor de que las conductas sociopáticas o psicopáticas no tienen lindes claros al momento del ejercicio de la violencia; estas condiciones plantean serios factores a tomarse en cuenta al analizar y enfrentar la violencia criminal en la sociedad, así como  los criterios de procesamiento de la actividad delictiva. Al respecto, temo que nadie se ha propuesto abrir la caja de Pandora que representa el análisis a fondo del peso de estos factores en la actividad criminal en Puerto Rico.

Enfrentamos una suerte de Medusa, una multicefálica criatura, que ha logrado difundir la violencia más mórbida de manera exitosa, y ha plantado firmemente su propio discurso en la sociedad. Ser conscientes de este hecho es necesario en el proceso de rehacer el entretejido de la civilidad, y no caer presa del salvajismo.

(Rev. 2020-01-02, 23:05)

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