Colmar
No estoy supuesto a escribir estas líneas en este momento, en este instante de la noche, en estos minutos y estos segundos de mi vida, en este lugar, en fin, a esta hora en la que vivo, respiro, sufro, lucho y ambiciono, y trato de agarrarme de esa rama que se extiende sobre las aguas de este río enfurecido que me arrastra, o enterrar mis dedos entre las rocas filosas y ancestrales de esta pared, sin rutas trazadas ni previsibles, de esta montaña milenaria y hambrienta de sacrificios a las deidades de la inmovilidad imperecedera. A esta hora, y en este lugar, soy como el miliciano exhausto que se aleja de la batalla sosteniendo sucios restos de uniformes ajenos contra su cuerpo, para contener sus heridas sangrantes, pedazos de órganos a punto de brotar y desgajarse, en un desesperado intento coagulante y de sobrevivencia improbable. Trasciende lo meramente físico, y se postula como grito del espíritu, contra el silencio impuesto, con sus heridas abiertas y sus órganos desmembrados. A esta hora en la que vivo, respiro, sufro, y subsisto, sobre mí se impone el apabullante ruido del silencio impuesto por ostracismos y censuras inevitables, ahoga mi voz, mi cuello y mis pensamientos, con sus cadenas, con su vocación de condena eterna e inquebrantable, para colmar con su sonoridad maldita todos los lugares, e impedir toda palabra que abra nuevas rutas, cambiantes, mortales. Es entonces, cuando sin saber cómo, ni de donde, emanan estas letras insurgentes, prosaicas, blasfemas, disidentes, tránsfugas, minuciosas, opuestas a dogmas y sectarismos, que me acompañan como girasoles transgresores de pétalos marrones y rojizos, y núcleos seminales intensamente amarillos... Grito.
Eric Alvarez © 2011. Todos los derechos reservados.
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