3 millones de hispanos sin derecho al voto y la paradoja política de Estados Unidos y Puerto Rico
Cuando el próximo 6 de
noviembre los ciudadanos de los Estados Unidos tengan la oportunidad de votar
por el Presidente, habrán unos 3 millones (3,690,923) de ciudadanos hispanos a los cuales les
estará expresamente prohibido participar en ese proceso electoral. Una paradoja
cruel si se toma en cuenta que los Estados Unidos adoptaron la Democracia y la
Libertad como principios rectores de la nación, en su Declaración de Independencia de 1776, y en su Constitución, aprobada en 1787.
Mientras a estos ciudadanos
les es vedada la participación en este evento esencial del sistema democrático,
el voto de 24.7 millones de hispanos (un 11 por ciento de la totalidad de electores inscritos) puede ser decisivo en el resultado final
de estas elecciones, como lo fue en las anteriores, cuando Barack Obama fue electo
presidente. Tan reciente como el
pasado 18 de octubre, en un reportaje publicado en el New York Times por Adam Nagourney y Fernanda Santos, se describieron los esfuerzos por la captación del voto
hispano en los estados de Colorado, Florida y Nevada.
Concretamente, los
ciudadanos americanos de origen nacional puertorriqueño, o de cualquier otro
origen nacional o étnico, que residan en Puerto Rico, no tienen derecho a votar
para elegir al presidente, ni a tener representación en el Congreso
proporcional a la población de la Isla.
Es paradójica la situación
de los ciudadanos residentes en Puerto Rico dado el hecho de que, tras la
Isla ser adquirida de España en 1898 por los Estados Unidos, con la aprobación
en 1917 de la Ley Jones le fue “concedida” a todas las personas nacidas en la
Isla la ciudadanía americana.
Es decir, la ciudadanía estadounidense
de los puertorriqueños fue impuesta por los propios Estados Unidos. Por otro
lado, y para añadir elementos a este juego de paradojas, con el paso del tiempo,
no solo fue aceptada por los puertorriqueños, sino protegida como elemento
fundamental de su relación política con esa nación.
Faro en el Castillo San Felipe del Morro construido por el Ejército de Estados Unidos (Foto por Eric Alvarez) |
Los historiadores han
señalado que la Ley Jones fue aprobada con miras a poder reclutar a los
puertorriqueños en las fuerzas militares de los Estados Unidos. La evidencia
apunta a que están en lo correcto. Desde el 1917 más de 200,000 ciudadanos
norteamericanos de Puerto Rico han servido en todas las guerras en las cuales
los Estados Unidos se han involucrado, de conformidad con datos provistos por
la Administración de Asuntos Federales de Puerto Rico (PRFAA, por sus siglas en inglés).
Lo cierto es que la paradoja
de la negación del derecho al voto a los ciudadanos estadounidenses residentes
en Puerto Rico surge del hecho de que la Isla es una colonia, un territorio
bajo la jurisdicción del Congreso de los Estados Unidos, y por ende, no le son
reconocidos los mismos derechos que a un estado de la Unión, aunque le son
aplicables la mayoría —si no todas— las leyes aprobadas por ese cuerpo.
Tras 114 años de sujeción al
Congreso norteamericano, el resultado concreto es que las instituciones
políticas y administrativas en Puerto Rico siguen el modelo estadounidense; la
economía está estrechamente vinculada a la de la metrópolis; el gobierno local
depende sustancialmente de la inyección de transferencias del presupuesto
federal; y toda la estructura de asistencia a la población, incluyendo el
seguro social, está montada sobre las agencias federales.
Sería mezquino no reconocer
que la relación de Puerto Rico con los Estados Unidos, aun a pesar de su
carácter colonial, le permitió alcanzar unos niveles importantes de crecimiento
económico y de modernización durante el siglo 20, mayores a los obtenidos por sus
vecinos en Suramérica y el Caribe.
Sin embargo, el modelo
económico que permitió esos avances, basado en exenciones contributivas,
dispuestas tanto por el Código de Rentas Internas federal como por leyes
locales, comenzó a hacer crisis de los años ’70 en adelante.
En la actualidad Puerto Rico
sufre una seria crisis económica y presupuestaria producto, en gran medida, de
la negativa a reducir gradualmente el tamaño del aparato gubernamental, y la
falta de iniciativas concretas dirigidas a la adopción de un nuevo modelo
económico, por parte de las administraciones del 2000 al 2008, de los
gobernadores Sila Calderón y Aníbal Acevedo Vilá, ambos por el Partido Popular
Democrático (PPD, propulsor de la permanencia de la presente relación
colonial).
Esta crisis se agrava como
producto de que los ciudadanos estadounidenses de Puerto Rico no pueden
participar efectivamente en la toma de las decisiones que les afectan, y no
tienen acceso, en igualdad de condiciones a las del resto de los ciudadanos
norteamericanos, a los beneficios y obligaciones de ser parte de la federación.
No se vislumbra que la economía logre tomar un rumbo sólido y definitivo, a
pesar de los esfuerzos realizados por la presente administración del gobernador
Luis Fortuño (PNP, propulsor de la integración política de Puerto Rico a los
Estados Unidos), debido al impacto que
tendrán los próximos recortes en las asignaciones del presupuesto federal, estimados en 500 millones de dólares, los
cuales serían menores si la Isla fuera un estado.
Al respecto, resultan de interés
los datos ofrecidos por el profesor universitario Jaime Benson sobre el positivo
impacto económico de la Estadidad para Puerto Rico. En un artículo publicado en el periódico El Vocero, el Profesor Benson señala importantes renglones sociales y
económicos que serían favorecidos de la Isla ser un estado, e invita a
rechazar el presente estatus colonial, así como a respaldar la Estadidad como
solución definitiva a este dilema histórico entre Puerto Rico y los Estados
Unidos.
El gobierno de Puerto Rico
ha pautado para el próximo 6 de noviembre la celebración de una “Consulta de
Estatus”, conjuntamente con las elecciones generales que se llevan a cabo para escoger
su Gobernador, su Comisionado ante el Congreso (un representante sin derecho a voto y de limitado peso político) y los legisladores locales.
La “consulta” fue diseñada tomando
en cuenta el Informe
del Grupo de Trabajo del Presidente sobre el Estatus de Puerto Rico , dado a conocer por la administración del presidente Barack Obama en marzo de
2011.
El proceso le permitirá a
los ciudadanos indicar si desean o no continuar con el presente régimen colonial, y manifestar su preferencia entre la integración o "Estadidad", la "Independencia", es decir, la constitución de una república independiente, o un “Estado Libre Asociado Soberano”.
Esta última opción implica
por necesidad jurídica, aunque muy pocos hayan hablado de ello en Puerto Rico,
el traspaso de la soberanía política del Congreso a la Isla, es decir su
constitución previa en república independiente, y la eventual adopción de un
acuerdo de relación con los Estados Unidos, cuyos contornos realmente nadie
tiene claros.
Por otro lado, analistas y
comentaristas de la política isleña entienden que las dificultades jurídicas
para su implantación terminarán manteniendo vigente el actual sistema colonial.
Con ello en mente, individuos que no creen en dar fin a la presente relación
colonial y territorial, y con agendas políticas dirigidas a su posicionamiento
para futuras posiciones de poder en el PPD, se han expresado, recientemente, y
prácticamente a horas de la consulta, a favor del llamado “Estado Libre
Asociado Soberano”.
Los puertorriqueños tienen la
obligación ineludible de decidir, conscientes de que tras su decisión, no
importa cual ésta sea, las tareas de saneamiento y reconstrucción de la
sociedad puertorriqueña en los ámbitos económicos, sociales, culturales, y de
convivencia democrática, habrán de tomar, posiblemente, cerca de 20 años antes
de que se vean sus frutos. Sin embargo, esta es la única manera de finalizar el
estancamiento histórico de Puerto Rico. El inadmisible estancamiento en el
debate sobre su relación política con
los Estados Unidos.
Estancamiento que —de manera
paradójica de nuevo— ha sido mantenido por los propios puertorriqueños y por la
renuencia de los Estados Unidos a resolver definitivamente este asunto. El profesor universitario Carlos Pabón criticó los efectos de esta patética
dinámica destacando el hecho de que, mientras la discusión política sigue
determinada por la dilucidación de la condición colonial, las formaciones
políticas no proponen alternativas viables a los problemas concretos de la sociedad,
y la política misma se centra casi de manera exclusiva en este asunto. (1)
En el contexto de todo lo
expuesto hasta aquí, Estados Unidos tiene el reto de actuar y dar fin a la
“última colonia del mundo”.
Es hora de que Puerto Rico y los Estados Unidos culminen, de una vez por todas,
el juego circular de las paradojas, y se permita que en un futuro cercano los 3
millones de ciudadanos americanos, nacidos y residentes en Puerto Rico, en su
abrumadora mayoría hispanos, junto a todos aquellos ciudadanos que habitan la
Isla, puedan participar democráticamente en la elección de sus gobernantes a
nivel federal, y recibir, en igualdad de condiciones y responsabilidades, los
beneficios concomitantes a su ciudadanía. Tal solución implica necesariamente la aceptación de
Puerto Rico como estado de la Unión. En caso contrario, entonces cada parte debe
tomar su propio camino, y adoptar los acuerdos de colaboración que sean
pertinentes desde la Independencia plena de Puerto Rico.
Lo absurdo, el fracaso histórico, sería que los puertorriqueños voten en la consulta, a todos los fines prácticos, y para beneplácito de determinados poderes en la metrópolis, y en la propia Isla, por mantener el presente y circular lodazal que no conduce a ningún otro sitio, sino a la permanencia y empeoramiento de las mismas condiciones actuales, y al fracaso de la política internacional de los Estados Unidos en una zona de importancia estratégica como lo es la cuenca del Caribe. Con el triste agravante de que no sería la primera vez, y en este caso, a costa del bienestar y el futuro de una sociedad sumida en una desesperante crisis.
(1) En un comentario a su propio artículo el profesor Carlos Pabón señala:
Un par de aclaraciones ante varios comentarios: Mi postura no equivale a ignorar "la realidad de la cuestión del "status". Se trata de: (1) proponer que el status que deje de ser el "black hole" que se traga todo lo político y la política en PR; (2) reconocer que las elecciones generles no son plebiscitarias; (3) reconocer que el "staus" define falsamente las diferencias "ideológicas" del país ("izquierda=independentista/soberanistas; "derecha"=estadistas"; "centro=ELA; y bloquea así otos posibles imaginarios alternos que no encajan en esta lógica; (4) que se puede articular un espacio político diferente al que define el status, un espacio transversal, que define lo político a partir de cuestiones sociales, económicas, y política y culturales que podemos llamar (por poner algún nombre) "progresista", de "izquierda", "alterno", "democrático-radical"; (5) que el llamdo "voto útil" contribuye a bloquear esta posibildad ya que se basa fundamentalmente en criterios "ideológicos" del "status"; (6) que el PPT, no empece las diferencias que tengo con este partido, abre una posiblidad para articular ese imaginario político "democrático-radical"; (6) que se puede y debe atender la cuestión del "status" de una forma que no sea lo fundamental ni lo que defina lo polítco y la política en PR; con discusiones y mecanismos que rompan la lógica tradicional de este asunto y que estén en correspondencia con los tiempos que corren.