“Revisiting” La Nominación de Sotomayor por Obama: El Nuevo “Ser Ciudadano”


En este artículo reviso una columna anterior en este blog sobre este asunto. Sin embargo, reitero que los mensajes enviados por el Presidente Obama no sólo abundan, sino que tienen un significado especial para las minorías en Estados Unidos y particularmente para los puertorriqueños. Es hora de escuchar… Y reflexionar.


La nominación de Sonia Sotomayor no fue un mero gesto simbólico con el objetivo de preservar las simpatías entre los sectores que contribuyeron sustancialmente a la victoria de Barack, es decir los hispanos, los negros y las mujeres. Como indiqué la vez anterior, las credenciales profesionales de Sotomayor sostienen su nominación al más alto foro judicial de los Estados Unidos.

Por otro lado, el respaldo del electorado hispano a la victoria del Presidente Obama, como ya todos saben y reconocen, fue esencial para su arrolladora victoria. En ese contexto, inevitablemente la nominación de la Juez Sotomayor envía diferentes mensajes.

Anteriormente he indicado que mediante esta nominación:

  • El Presidente reitera el compromiso de dar voz en Washington a los sectores que ordinariamente no han sido escuchados.
  • El Presidente reitera su compromiso con promover una interpretación liberal de la Constitución de los Estados Unidos.
  • Promueve el reconocimiento de los méritos y talentos de los individuos, por encima de su color de piel, su género o su origen nacional.

A todo lo anterior se une lo que me parece es el mensaje más importante, y que está subyacente en ésta, y otras nominaciones, que ha sometido el Presidente. La clase política estadounidense ha iniciado el proceso de aceptar el principio de que el elemento unificador del país es el respaldo a los valores y derechos democráticos consignados en la Constitución. Como producto de ese proceso se va configurando con mayor fortaleza una nueva visión del “ser ciudadano” en los Estados Unidos.

(No son de extrañar, por ello, las admisiones apesadumbradas de algunos comentaristas en la Isla que se baten entre en el “materialismo histórico” y un nacionalismo decimonónico: es verdad, nos dicen, la Constitución de Estados Unidos, el concepto de ciudadano americano, es “flexible”; “el doctor” —refiriéndose al ex-gobernador estadoista Pedro J. Rosselló— tiene razón.”)

Señalé en mi artículo anterior, y lo reitero ahora, que “las diferencias entre griegos, italianos, negros, judíos, hispanos, y blancos anglosajones protestantes, van pasando a un segundo plano a la hora de seleccionar a las mujeres y hombres que mejor puedan aportar a las instituciones de gobierno”. Y a renglón seguido: “se trata esta de una aportación fundamental a la política y a la cultura política no sólo de los propios Estados Unidos, sino del mundo entero, y particularmente de Europa”.


No debe, no puede, ser pasado por alto lo que significa para el mundo y para el propio Estados Unidos la elección de un negro, nacido en Hawai, hijo de inmigrante africano y de una oriunda norteamericana, a la Presidencia de los Estados Unidos. Ese evento plantea una nueva vertiente en la discusión del rol de las nacionalidades, particularmente en las antiguas metrópolis coloniales.

Si bien en el campo económico se discute un retorno del proteccionismo —vea el artículo de José J. Villamil titulado "Después de la Crisis", El Vocero, 25 de mayo de 2009, página 38—, hacia el interior de las sociedades y los estados nacionales, adquiere relevancia el rechazo a la exclusión y al odio racial o basado en el origen étnico-nacional de las personas. El ser ciudadano de uno u otro Estado, adquiere nuevos significados y retos que no están definidos a base del sentimiento nacionalista, sino en la aceptación y defensa de un conjunto de principios democráticos esenciales.

Es de rigor reconocer que este proceso tiene su origen en los Estados Unidos en las luchas por los derechos civiles de la población negra, así como en los propios pronunciamientos del gobierno de ese país a favor de los derechos humanos. Sin embargo, el proceso ha sido fortalecido por el impacto de la tecnología y el Internet, en la interacción de los individuos en estos tiempos de globalización. Vivimos, efectivamente, tiempos nuevos en los que los paradigmas nacionalistas están, cuando menos, seriamente cuestionados.

Al decir todo esto no dejo de reconocer que los nacionalismos y los tribalismos étnicos aún tienen un peso significativo en los modos en que una gran parte de los seres humanos ven la realidad. Los cambios en el modo de pensar de los individuos, ya se ha dicho por otros, son lentos. Tal vez por ello, resulta impresionante el ritmo que esos cambios han tenido en los últimos años en los Estados Unidos.

La respuesta debe hallarse en los rápidos cambios demográficos que hacen de las minorías, particularmente los hispanos, el sector poblacional de mayor crecimiento en la sociedad norteamericana. En ese contexto la gran paradoja política para el conservadurismo, es el debate que ha provocado el resultado electoral de 2008 hacia el interior del Partido Republicano y que propugna reformular sus posiciones en cuanto a las mal llamadas minorías.

Lo cierto es que hay procesos en el desarrollo humano y político que se abren paso, a pesar de las fuerzas que se oponen a sus avances. La superación del nacionalismo, y la discriminación por raza, origen étnico, género o preferencia sexual, aún con todo lo que falta, es uno de ellos.

Para los puertorriqueños, por su parte, estos mensajes y estos procesos plantean retos en cuanto a la manera de analizar la relación de Puerto Rico con los Estados Unidos, más allá del circo de tres pistas, y de los acostumbrados “folclorismos” convertidos en filosofía de vida y en ideología política. Quién sabe, tal vez no vendría mal un poco de “materialismo histórico”.

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