Viajes imprescindibles antes del último aliento (fragmentos de publicación en proceso)
I. Recuerdos lácteos
antes de considerar asuntos que acaso deberíamos estar discutiendo todos y cada uno de los habitantes de este presunto archipiélago, no sólo los isleños, sino todos y cada uno de los habitantes de esto que llamamos planeta; antes de entrar de lleno a la urgencia, a la alarma sin dirección desde las vísceras y de nuestras mentes (la mía y la de tantos otros), vale la pena y es fundamental decir, afirmar, vociferar, que te amo y que estoy dispuesto incluso a morir en el intento, y que desde tus ojos construyo la ternura y la fortaleza, esas que inspiras, esas que provocas, esas… porque el universo lo redefiniste una noche de otoño, a no sé cuantos metros de altura, con vista a la ciudad y viceversa, y desde entonces fui irremediablemente tuyo, tal vez, y después de todo, fue esa experiencia el fundamento carnal de este amor predestinado a pesar de los años, a pesar de los senderos paralelos, a pesar de las pasiones calladas, y gracias al registro exacto de tu mirada en mi memoria sedienta de recuerdos, el tiempo pasa y mañana no existe, y tú eres mi presente, mi presente esencial, lácteo, mineral…
II. Vísceras bipolares
hace unos días en una conversación, a riesgo de que la espatarrada haya sido excesiva, y haya dejado abiertos todos los flancos, y haya revelado información —paranoia recurrente— que podrá ser usada en mi contra, descubrí que un par de viejos amigos por ahí andan, es decir, en las mismas, protegiendo flancos, cuidando la información que revelan y atiborrados como yo de medicamentos que no eliminan raíces pero al menos atienden las ramas, es decir las manifestaciones de una condición que no es condición ni enfermedad, sino un estado emocional que nada tiene que ver con la demencia sino con frustraciones acumuladas y sensibilidades acribilladas por entornos diversos y crueles, con gritos viscerales que aún no han podido brotar, que permanecen ocultos porque de manifestarse nos va —literalmente— la vida, y entonces comienzas a comprender los elementos que componen tu llamada condición, y descubres que no estás solo, que la poesía que se nutre de nuestras angustias y nuestras arduas victorias, no es aquella de los versos estructurados métricamente para satisfacción de académicos, muchos de los cuales nunca han hecho el amor, ni consigo mismos, o guardan mórbidos secretos en los viejos armarios heredados de sus hacendados ancestros, en esos peregrinos descubrimientos andaba cuando observaba las hojas como arena regada en el suelo del parque tras la lluvia, húmedas, calladas, quietas, en espera de la próxima ráfaga de viento, tranquilas y meditabundas, como en esas otras fases que yo y mis amigos compartimos, y se me ocurrió, no sé, que efectivamente para nada estamos solos, que somos como esas hojas innumerables, en espera de la próxima ventisca, en espera de poder sacar desde el fondo de nuestras bipolares vísceras toda la indignación acumulada, toda la sensibilidad amordazada, toda la poesía desesperada por nacer…
Eric Alvarez © 2012. Todos los derechos reservados.
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