Subsisto... Vomito. Soy.

Subsisto, sobrevivo, luego soy, o debo serlo. En esas estoy hace varias semanas. Me asomo.

Observo la insistencia de este 100 x 35 que es Puerto Rico, en adentrarse cada vez más en su insularidad. Opera la autocensura. Se ejerce con esos rasgos y gestos peculiares y hasta coquetos, mediante los cuales se protege el espacio, ese breve espacio de identidad entre la multitud, que justifica la pertinencia de cada cual, en el fondo improbable, en una insularidad que quiere seguir siendo insularidad y crecer hacia adentro, la atención bien puesta en el ombligo, repitiendo las fórmulas del descalabro y la derrota autoinfligida.

Ante la presión de grupo y el ejercicio de la autocensura, acudir a los proverbios orientales no es mala idea. Al menos nos permiten proteger los mecanismos de subsistencia, los "trabajos alimenticios" y a la misma vez no contrariar a las fuerzas de la verdad y la luz, "en (la) marcha de gigantes" de 200 militantes aguerridos.

Máscaras. No hay bandos inocentes, ni siquiera aquellos que se imaginan serlo o que han cambiado el curso de la historia, o quienes piensan que sus experiencias pasadas son las rutas para el presente.

Sólo medias verdades y acomodos, sólo tergiversaciones para que cada cual pueda salvar cara y vanagloriarse: demagogia oportunista. "Autobombo". Los mismos vicios de antaño de unos y otros, simplemente manifestados de manera distinta. Peor aún, no hay proyecto, ni voluntad real de construir. No hay voluntad de"fondear", hubiese dicho en vida el profesor universitario Pablo García, el primer estudioso del eurocomunismo que conocí en Puerto Rico.

Subsisto, sobrevivo. Escribo. Vomito. Soy.

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