Puerto Rico: Reflexiones sobre una crisis final (fragmento del libro La crisis final del ELA)



Cuán determinante es una “crisis general y determinante”, como aquella de la que hablé particularmente desde enero de 2014[i], ha de depender mucho, ciertamente, de sus desarrollos. Cuán definitiva y determinante, ya sea del estado presente de las cosas, o de las rutas que se han de tomar para conjurar el desaliento de la sociedad ante el colapso de su modelo político, y los propios males que éste le ocasionó a las instituciones y la convivencia democrática, solo podrá medirse en su movimiento futuro.

En todo caso, una tentación de inspiración analítica podría proponer utilizar mecanismos fractales para poder alcanzar, paradójicamente, un acabado análisis del conjunto: crisis — continuidad o final— consecuencias o soluciones.

Pensar a Puerto Rico al año 2015 es identificar su estado de crisis, el fracaso de su modelo político —conocido, ya se sabe, por Estado Libre Asociado—, y una madeja de agudos problemas económicos y sociales.  Puerto Rico se plantea como un ejercicio de análisis político de gran dificultad, transcurridos los primeros quince años del siglo 21. Gran parte de la dificultad consiste en la velocidad —como indiqué también en enero de 2014— con la cual se están suscitando los eventos, tanto políticos como en otros ámbitos que, aunque no lo parezca, tienen un impacto fundamental en toda la sociedad y el estado de las relaciones político-jurídicas con los Estados Unidos.

Eventos como las amplias intervenciones federales contra el narcotráfico, los esquemas de fraude y, particularmente, la corrupción gubernamental; iniciativas como la activación de comités del Congreso para la discusión del caso de Puerto Rico;  la organización de grupos de acreedores que desarrollan una intensa actividad de denuncia pública y que con toda probabilidad se verán obligados a recurrir a los tribunales en reclamo del pago que les fuera prometido por sus inversiones; los aparentes reajustes en los discursos de sectores criollos del poder económico, antes buscando distanciar  a Puerto Rico de los Estados Unidos, en el presente, destacando esa relación y su institucionalidad, como una cualidad de importancia vital como mecanismo de atracción de capital, y; la continua difusión de la situación de la isla en diversos medios informativos internacionales, todos los cuales, de una u otra manera, irán produciendo resultados que no es posible ni responsable anticipar con especificidad, puesto que solo el futuro es capaz de narrar el futuro.

En el medio de esta vorágine del fracaso colonial, personeros de la intelligentsia, que han cumplido un rol fundamental como analistas neonacionalistas del empantanamiento de la economía isleña, y que apostaban su mano a las opciones de algún tipo de estadolibrismo reformulado, apuestan ahora calladamente a que las medidas que puedan ser tomadas para el control y sindicación del gobierno de Puerto Rico, tengan el efecto de posponer indefinidamente la solución del estatus y, que de paso, se produzca un reagrupamiento ya sea colonialista, ya esté dirigido a una muy devaluada propuesta de libre asociación, incapaces de superar los beneficios del Estado-federado para la ciudadanía y para la sociedad.

Cuando señalé en el 2014 que esta crisis del ELA es “final”, que tiene un carácter “general y determinante”, partí de su manifestación en tres ámbitos fundamentales:

Una crisis política originada, en última instancia, en la negativa de reconocer a ciudadanos americanos étnica y culturalmente puertorriqueños, y residentes en su tierra de nacimiento, su derecho a participar en la elección del presidente y de seleccionar su representación proporcional en el Congreso, todo lo cual afecta la consideración de los intereses y necesidades de 3.5 millones de ciudadanos y limita su acceso a los beneficios, privilegios y responsabilidades de su ciudadanía.

Una crisis económica, que requiere resolver el problema del dilema del estatus colonial por vía del Estado-federado, única alternativa que ofrece estabilidad y certidumbre, y la posibilidad de sustituir el modelo de patronazgo y clientelismo en uno productivo y de atracción de capital.

Una crisis de civilidad que abarca los estilos y maneras de ejercer el poder político, el alcance demagógico del discurso político, hasta las relaciones individuales y sociales, cuyas diferentes formas de agravio al Otro  se caracterizan por la violencia en todos sus planos.

Puerto Rico esta sumido, sin duda, en una crisis cuya solución, por diversas consideraciones políticas, requiere disponer del problema del estatus colonial que constituye el ELA. Cerrar el capítulo del Estado Libre Asociado es un paso necesario para que Puerto Rico supere sus graves problemas del presente, y se reconstruya dejando un legado de democracia, progreso y civilidad para las generaciones futuras.

Sin duda, ya es hora de comenzar.

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